miércoles, 29 de abril de 2009

SÁBADO EN LA CIUDAD DE MÉXICO

por Josué Ramírez

Calles casi desiertas en el DF. El miedo y la tristeza mezclados, como las dos cuerdas más tensas de la guitarra de las emociones civiles. Entretanto, el calor y el viento fresco arrastra las hojas que hace media hora humedecía la lluvia parca. ¿Qué pensar sino que la cosa se oscurece porque la información, larga avenida de lo hiper, de la velocidad, de la lejana cercanía, hace que uno no sepa del todo bien qué pensar, cómo afinar las cuerdas de sus emociones? Cuántas veces, acompañado de una copa de vino y el humo del cigarro a deshoras leí con placer las profecías de catástrofes urbanas, pronosticaciones a modo y luego en los periódicos intelectuales analistas que creen poseer el secreto del futuro por sus suposiciones sobre el pasado: carrera de decires astutos, de absurdas soberbias por decir qué pasaría, cuándo y cómo. Ahora la calle y las hojas caídas en la banqueta quebradas aquí­ y allá. Saber de nuevo que somos frágiles, que vamos de los extremos al abismo. Y pienso en mis hijos, en la sed de las personas sin agua, en la angustia real de quienes tienen en sus manos una verdad que se convierte en mentira al ser dicha, interpretada, trasmitida. Decíaa a veces cuando a los 20 leí­a poemas en alta voz en la mitad de los solares públicos: el deseo es contagio, amar es contagiarse del otro al respirarlo. Y ahora, con el sábado con una nube gris espeso como telón de fondo y mi niña que dice qué, ahora ya no pasarían los aviones o qué. Y mi niño preocupado porque dejó a la mitad su examen de enlace. Tallar las horas, esperar a que todo pase y nada resulta más frustrante que esperar, lleno de información, con poca sapiencia, aspirando a pasar este momento histórico por colectivo, en el DF y la zona conurbada, donde tantos niños y ancianos tosen por la noche, donde tanta juventud sale con el pecho hinchado y cree que no pasa nada. Marco los números de los teléfonos que me sé y nadie responde. Se han ido, otros no podemos irnos. Hay quienes hacen chistes macabros, otros que cegados por el miedo son esclavos de la obsesión que repite la misma pregunta: ¿qué está pasando? Entre tanto, las medidas, las previsiones, son la modalidad que nos queda asumir como un cuerpo civil, hecho de historia y futuro. Tomo a mi esposa por los hombros y le miro en las pupilas el desconcierto y la fe, se va la luz y ponemos la vela al centro de la mesa y jugamos todos, los niños y nosotros, echando el dado. Ganar, perder. Todos llegamos a la meta. Unos antes, otros más tarde. Comunicar nuestro miedo nos libera, y una vez libres nada nos puede convertir en esclavos. La libertad no es sóloouna palabra, es caminar con cubre boca por la calle casi desierta, mirar las hojas que el viento se lleva revolviéndolas sobre la banqueta rota aquí y allá.

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