lunes, 4 de mayo de 2009

EN SÁBADO, UNA SEMANA DESPUÉS

por Josué Ramírez

La tarde del sábado 2 de mayo, caminé con mi hijo Matías, su padrino Axel y el hermano de mi compadre con sus dos hijos por la sierra del Tepozteco. Vimos la pirámide dos riscos más al norte de donde se encuentra ubicada, sobrevolada por un cuarteto de zopilotes lustrosamente negros. Uno de los temas que conversamos todos fue sobre la influenza. Los niños atentos a lo que los adultos decimos y atentos a sus propios estornudos, toses, temperaturas. Ahora nos cuidamos más a nosotros mismos que como habitualmente lo hacemos. La información seria, la generada por las autoridades sanitarias, la de los especialistas, está al alcance de todos. Hay escritores que sin ser especialistas han escrito crónicas, reflexiones que van del pasmo a la crítica, de la recomendación de una lectura en específico a la evocación de otro momento histórico análogo al que pasamos ahora. Artistas corrosivos los hay que con humor negro expresan su crítica, exhibiendo y reconfirmando que ellos no le creen nada al Estado ni a las autoridades sanitarias. También he leído francas manifestaciones de estupidez, pero tampoco tengo tanto tiempo como para sumarme a esos delirios. Hay trabajos periodísticos bastante fuertes que desmienten a los ignorantes como a los que saben y exageran su decir. Hace una semana sentía que las cuerdas emocionales más tensas eran el miedo y la tristeza, ahora esas cuerdas son otras: la incertidumbre y el desasosiego. Incertidumbre de empezar a vivir un siglo caracterizado por la cultura de la prevención (acompañada, desde luego, del prejuicio y del abuso) y desasosiego porque ya de por sí la vida a la mayoría se le presenta como adversidad. Más que conquistar se sobrevive. Los pronósticos de vida no son alentadores para un espíritu atormentado y son una alucinación a modo para los enajenados que ven en las catástrofes los escenarios propicios de su cultura cinéfila. La realidad nos desenmascara. Y buscar destacar en este momento, o resulta de una vocación de servicio o bien exhibe el narcisismo con que se sella lo que hacemos, no para los otros, sino para que los otros nos vean. Los cuatro zopilotes que sobrevolaban la pirámide no simbolizaban Apocalipsis ninguna, ni quitarnos el cubre bocas bajo aquel cielo significó dejar de estar conscientes que estamos en un periodo de prevención sanitaria a nivel social. De vuelta al DF recordaba la compleja trama que implica pensar en la muerte en México (de los aztecas a la colonia, de las revoluciones a la guerra contra las drogas) y cómo estadísticamente son menos los muertos por influenza que los decapitados… La muerte como espectáculo despierta el morbo, sin duda; la incertidumbre y el desasosiego que desata esta circunstancia implican otra manera de enfrentar la adversidad. Seguridad y firmeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Bienvenidas sus participaciones, colegas...